lunes, 19 de noviembre de 2012




Tregua

Saco las llaves del bolsillo y entro en la habitación. Me siento cansado, todo me parece indiferente. El sentido de asombro ha desaparecido por completo. Me recuesto en el sofá y en un parpadeo recordé el primer día que la vi.

Llegó radiante, iluminaba de lunares la oficina. Con su presencia hasta el sonar de teclas y el bullicio de las secretarias me era placentero, escuchar a lo lejos los gritos de mi jefe era como estar en una obra de teatro y en primera fila. Por primera vez me había tomado las cosas como vinieran. Nada podía perturbarme pues aquellos lunares parecían ser la pieza del rompecabezas que había extraviado.

Dos semanas después sus lunares y yo éramos uno mismo. A  pesar de ser un empleado cualquiera, que vive solo a las afueras de la ciudad, que detesta los eventos, las apariencias. Pero sobre todo satisfacer a los demás… esos lunares, de entre todos,  me habían escogido a mi, habían llegado a mi vida para completar mi círculo. Y así fue:

Aquel día buscando mi bolígrafo en la bolsa de la camisa encontré una nota: Motel Los Suicidas. Habitación 209. Salida a la autopista. 10 P.M. PUNTUAL

Esa noche me vestí de traje. Llegue al lugar y al subir a la habitación note que la puerta estaba abierta… Casi me paralizo al verla ahí dentro, sentada junto a un escritorio antiguo. Cruzó la entrepierna y de inmediato encendió un cigarrillo. Después sólo recuerdo que me abalance hacia ella y la tome desenfrenadamente.

Fue un lunes y parecía domingo. Ella dormida en mi cama, destendida, cual pintura al óleo: amarillita, rosada, ¡blanca!
Desperté y ella se iba despidiendo con las correas de sus zapatos colgando de los dedos... y sus lunares dejando poco a poco aquella habitación sin luz.

     Cuando ella cruzó la puerta yo había perdido completamente la cabeza. 

Eurydice Calliope

No hay comentarios:

Publicar un comentario