Tregua
Saco
las llaves del bolsillo y entro en la habitación. Me siento cansado, todo me parece indiferente. El sentido de asombro ha
desaparecido por completo. Me recuesto en el sofá y en un parpadeo recordé el
primer día que la vi.
Llegó
radiante, iluminaba de lunares la oficina. Con su presencia hasta el sonar de
teclas y el bullicio de las secretarias me era placentero, escuchar a lo lejos
los gritos de mi jefe era como estar en una obra de teatro y en primera fila.
Por primera vez me había tomado las cosas como vinieran. Nada podía
perturbarme pues aquellos lunares parecían ser la pieza del rompecabezas que
había extraviado.
Dos
semanas después sus lunares y yo éramos uno mismo. A pesar de ser un empleado cualquiera, que vive solo a las
afueras de la ciudad, que detesta los eventos, las apariencias. Pero sobre todo
satisfacer a los demás… esos lunares, de entre todos, me habían escogido a mi, habían llegado a mi vida para completar
mi círculo. Y así fue:
Aquel
día buscando mi bolígrafo en la bolsa de la camisa encontré una nota: Motel Los Suicidas. Habitación 209. Salida a la autopista. 10 P.M. PUNTUAL
Esa
noche me vestí de traje. Llegue al lugar y al subir a la habitación note que la
puerta estaba abierta… Casi me paralizo al verla ahí dentro, sentada junto a un
escritorio antiguo. Cruzó la entrepierna y de inmediato encendió un cigarrillo.
Después sólo recuerdo que me abalance hacia ella y la tome desenfrenadamente.
Fue
un lunes y parecía domingo. Ella dormida en mi cama, destendida, cual pintura
al óleo: amarillita, rosada, ¡blanca!
Desperté y ella se iba despidiendo con las
correas de sus zapatos colgando de los dedos... y sus lunares dejando poco a poco
aquella habitación sin luz.
Cuando ella cruzó la puerta yo había perdido
completamente la cabeza.
Eurydice Calliope
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